Reseña de «La tarima vacía» de Pablo López Gómez

Autor: Javier Orrico Martínez | Editorial Alegoría

Desde que se implantó la LOGSE, en España nos ha tocado padecer un sistema que impulsa el empobrecimiento de los programas, la falta de estudio y el desprecio al profesor, y a la vez favorece a sus insidiosos aliados, esa legión de “innovadores” que, bajo distintos uniformes y tanto desde dentro como desde fuera de los centros, se dedican a torpedear la enseñanza con propuestas que fomentan el colegueo, la tontuna, el vaciado de los programas, el aprobado regalado y otras pestes que nos torturan. Entre las voces más señaladas que se han alzado contra este despropósito, se encuentra la de Javier Orrico, que acaba de publicar La tarima vacía (editorial Alegoría), un ensayo que hace un exhaustivo análisis de las deficiencias del sistema, así como de sus causas y su evolución histórica, a la vez que señala cuáles son los caminos apropiados para un buen ejercicio de la enseñanza.

Aparte de los males ya mencionados, Orrico reflexiona también sobre la desacertada gestión política, los nefastos resultados de la cesión de competencias educativas, los abusos y discriminaciones perpetrados por los nacionalistas, la concienzuda destrucción de la figura del profesor y la usurpación del control del rumbo de la enseñanza que, especialmente mediante el recurso de adueñarse de los másteres de formación del profesorado, han llevado a cabo los psicopedagogos, con el beneplácito o la pasividad cómplice de los gobernantes. Como antídoto para estas penalidades, Orrico propone medicinas tales como el prestigiar el conocimiento, el esfuerzo y la excelencia, el reforzar la autoridad del profesor, que debe ser un referente por el dominio de su materia, es decir por su sabiduría -ya que la enseñanza es sobre todo transmisión de conocimiento- y la consecuente atracción por el saber que todo esto ha de generar, porque, como nadie puede discutir -y esta apreciación es mía, pero me parece que él también la suscribiría-, si no se lo somete al trato vejatorio que hoy en día sufre en algunas aulas, el saber es una cosa que atesora por sí misma un gran interés. Hacia el final del libro y dentro de este marco, hace Orrico unas reflexiones sobre la literatura y las nuevas tecnologías que arrojan mucha luz sobre el papel de ambas en la enseñanza.

Todo esto se presenta con apasionamiento, un apasionamiento que adivino que procede del amor de Orrico hacia esas cosas que valora, tales como la educación o la literatura, y también de haber sufrido sobre su propio pellejo las dentelladas de mucho tiburón, de tanto comisario lingüístico o petimetre burocrático defensor de dogmas pedagógicos como por desgracia anda suelto hoy en día por ahí. Quiero terminar esta reseña con dos citas sacadas del libro, que traigo aquí porque me han gustado y porque me parece que reflejan bien el espíritu de esta obra.

Están ambas en la página 217, aquí las tenéis:

Creo que lo más importante que debe hacer un sistema de enseñanza es no estandarizar el trabajo de los profesores, no forzarlos contra su naturaleza y su capacidad, no hay un método para todos, ni las disciplinas pueden equipararse. El uso de las TIC no puede implantarse como nueva verdad revelada, porque terminará haciendo un estropicio. Lo que puede resultar muy provechoso para enseñar Biología o Física, no lo es necesariamente para la Literatura o la Filosofía.

El principio esencial, no solo para la libertad, sino para la eficacia del profesor, es la libertad de cátedra. La libertad de elegir un método y de transmitir aquello -siempre insuficiente, siempre limitado- que ha conseguido aprender tras mucho esfuerzo. Porque la herramienta principal del profesor no es otra que él mismo. Un profesor es un modelo, no deberíamos olvidarlo. A un profesor hay que respetarle su autonomía y demandarle resultados. Y en España estamos haciendo exactamente lo contrario: uniformar, clonar, someter las diferencias, implantar métodos “infalibles”, diseñados por pedagogos que nunca pisaron una clase, y obviar los resultados, eliminar las pruebas externas, las reválidas verdaderas que pondrían a cada uno en su sitio.

Comparto al cien por cien estas afirmaciones.